Bernard Noël - Entrevista

Gonzalo Márquez Cristo entrevistó al gran poeta francés Bernard Noël para el No. 20 de la revista Común Presencia
La sombra de mi doble (fragmento)

—Cuando usted comenzó a escribir el horizonte literario francés estaba poblado por el Surrealismo; ¿qué piensa de este movimiento neorromántico? ¿De sus prácticas delirantes como la “escritura automática” y de su intento por convertir el escándalo en ética?
—El lugar que ocupa hoy en día el Surrealismo erige una ilusión histórica que lleva a creer que ha habitado este lugar desde siempre. En realidad, en la década del cincuenta, era el Existencialismo el que comandaba el horizonte creativo, de suerte que la literatura comprometida, la política y la filosofía estaban mucho más presentes que la poesía. En esta época y hasta la muerte de Breton (1966), el grupo surrealista sigue existiendo: organiza exposiciones, publica revistas, da declaraciones, pero este nuevo grupo no recupera en ningún campo la antigua vivacidad. Explota un fondo y carece de grandes talentos… En mis comienzos, fui seducido por la promesa que traía la “escritura automática” de revelarnos el funcionamiento real del pensamiento; luego me decepcioné al descubrir que esta técnica había sido abandonada pronto. De esta promesa incumplida conservé el sentimiento de una traición, de manera que Breton me pareció un falsario que había escogido la literatura contra la Revelación. Sé muy bien que toda obra de escritura está condenada bien a desaparecer, bien a ser recuperada en nombre de la literatura, pero la poesía mantiene vivo en ella un principio de resistencia a este fenómeno, y lo reanima sin cesar a través de su lectura y su práctica. Finalmente, el Surrealismo debe su irradiación duradera al hecho de haberse convertido en el representante de esta resistencia, incluyendo allí su concepción de la vida ordinaria, y a que así se opone al reino de la mercancía y del consumo al cual se reduce nuestro mundo. Allí está su verdadero escándalo: un escándalo liberador que, efectivamente, puede jugar el papel de una ética.


—Si verdaderamente Artaud escribía con las entrañas, era un traductor de su cuerpo… ¿Cuál relación encuentra entre la escritura del vertiginoso huésped de Rodez y la de Nietzsche?
—Artaud sufrió mucho con su internamiento, porque el asilo —ahora calificado de “psiquiátrico”— era en ese entonces, al menos como consecuencia de la ocupación alemana, un moridero donde la desaparición de los alienados estaba más o menos programada. Lo salvó su traslado a Rodez, organizado por Robert Desnos, pero en Rodez sufrió varias series de electrochoques que, destinados a curarlo, lo destruyeron físicamente. A partir de 1944, Artaud emprende la reconquista del dominio de su “ser” por la escritura y, durante los tres años que le quedaban de vida, llena centenares de cuadernos. Lo que es único en esas miles de páginas es que recogen la huella directa de un cuerpo en proceso de pensarse y, por este medio, de reconstruirse… La relación con Nietzsche puede concebirse desde el momento en que se señala la metamorfosis del filósofo en poeta entre El nacimiento de la tragedia y Ecce Homo. Nietzsche escribe primero en el lenguaje de los filósofos, luego se da cuenta de que el Otro a quien se dirige es aquel por boca del cual le gustaría hablar. Este deslizamiento hacia el “Tú” lo lleva a convertirse en el Dionisos de quien se había creído el intérprete. De esta forma, Nietzsche opera por y en la escritura una reconstrucción de sí mismo paralela a la de Artaud.


—Los surrealistas que “sólo jugaban al gran juego”, los atormentados como Lecomte, Daumal y posteriormente Duprey, ¿qué opinión le merecen? Especialmente éste último, con el cual comparte un profundo diálogo con su “doble”?
—El Gran Juego es el nombre de una revista cuyos tres números aparecieron en 1928 y 1929; es también el nombre de un grupo, del cual los principales animadores fueron René Daumal y Roger Gilbert-Lecomte. En la circular que anuncia la revista, se puede leer: «Se trata ante todo de hacer desesperar a los hombres de sí mismos y de la sociedad. De esta masacre de esperanzas nacerá una Esperanza sangrante y sin piedad: ser eterno por rechazo de querer durar. Nuestros descubrimientos son los del estallido y la disolución de todo lo que está organizado…» El surrealismo, por no haber logrado seducir a El Gran Juego, hizo lo posible por marginarlo. Lo que los separaba radicalmente es la conciencia en los miembros del grupo de que los dados están siempre amañados, de tal forma que toda actividad no puede resultar, en el mejor de los casos, sino en un éxito ilusorio. Lo esencial es pues practicar lo ilusorio sin ilusión… Jean-Pierre Duprey no pertenece a la misma generación: nacido (como yo) en 1930, se suicida en 1959. Su destino es ejemplar porque va hasta el límite de una situación que, en los quince años que siguieron a la guerra, nos parecía desesperada por carecer de sentido como resultado del descubrimiento de los campos de exterminio, de los daños del colonialismo, de los crímenes de Stalin, de la mala jugada hecha a los palestinos… Duprey es la encarnación trágica de la condición a la que fue reducida su generación: representa el “Doble” con quien se continúa un diálogo o se exorciza el deseo de desaparecer. La enfermedad de la muerte no está sin embargo nunca curada: cuando vuelve a ser consciente, su sombra fría espanta esta ilusión. (...)




(Versión completa en el libro Grandes entrevistas de Común Presencia. Colección Los Conjurados, Bogotá, Colombia.