Reportaje con Ángel Loochkartt

Ángel Loochkartt
¿Qué color me buscará mañana? (fragmento)
Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio
Nació en Barranquilla, Colombia, en 1933. Estudió en Roma las técnicas de mural, pintura de caballete y grabado. En 1971 se vinculó al Departamento de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Obtuvo el Primer Premio II Salón de Pintura (Santa Marta, 1962); el Premio de diseño (Barranquilla, 1964); la Medalla al Mérito docente Leonardo da Vinci (Bogotá, 1980); el Premio Cristóbal Colón (Bogotá, 1986); y el Premio en el Salón Nacional de Artistas en 1986.
Entre sus más destacadas exposiciones se encuentran: Muestra de Artistas Latinoamericanos (Roma, 1958); bienales de Venecia (1958 y 1989); Primer Encuentro de la plástica americana (La Habana, 1972); XVIII Bienal Internacional de Sao Paulo, Brasil (1985); 100 años de Arte colombiano, exposición itinerante América y Europa, 1986. Ha expuesto en Colombia, Italia, Brasil, Argentina, Costa Rica, Cuba, México, USA, España, Francia, Alemania, Holanda y Polonia. En la gran encuesta del Museo de Arte Erótico Americano y del periódico Con-Fabulación ocupó el séptimo lugar entre los artistas colombianos más importantes de todos los tiempos.
Con la lúdica y el sentido poético que caracteriza su pensamiento, Loochkartt profundiza en su arte de raigambre expresionista, provisto de un colorido vigoroso y particular.
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La sentencia de Rilke de que todo ángel es terrible, en Loochkartt tiene una ejemplar correspondencia. Este ángel nocturno que ha buscado la impronta de lo humano en los múltiples universos que pinta, plasmando los marginales mundos de prostitutas y travestis que enriquecen a la noche, es también un demonio solar que capta los personajes emblemáticos del carnaval de Barranquilla, la altiva soledad en sus retratos de mujeres “perdidas en el tiempo”, el fulgor en sus girasoles embriagados por la luz, la perversión de sus figuras etruscas, la lúdica de sus gatos acechantes, la pasión en el gesto suspendido de las amadoras de Bolívar, y en los amarillos, azules y verdes recién inventados.
Es demonio solar en sus profundas búsquedas donde el color asciende a su punto de peligro, en la desgarradura que le propina su acuciosa reflexión sobre este nuevo milenio; y ángel nocturno, cuando plasma al hombre de rupturas, al rebelde permanente, al hombre angustiado, al irónico sutil que no da tregua; en fin, al ser de linderos, de riesgos y de alquimias...
Nuestra reflexión se detuvo: Acabábamos de coronar la pendiente calle del antiguo barrio de La Candelaria y en instantes el rito sería bautizado.
Puntuales golpeamos la sólida puerta marcada con el número 1-00, de esta casa de cuatrocientos años que en la época de la Colonia era el comienzo y fin de Santafé de Bogotá, y nos abrió una mujer traslúcida y delgada conduciéndonos a la sala de espera, donde hay un piano que en ocasiones es tocado por fantasmas, cuadros, ángeles y flores. El pintor aparece con un gesto de alegría acompañado de un french-poodle y un dálmata, que con ladridos comparten el efusivo saludo de nuestro encuentro. Inesperadamente se escucha la voz de un niño que exclama: «¿Qué hago con estos perros?» Y Loochkartt contesta: «¡Métalos en la nevera!»
—Pintor es el que pone en crisis a la luz... —comienza diciendo sin preámbulos—. El lienzo en blanco es un cadáver que debemos resucitar... Y es tan difícil lograrlo... Artista es quien puede ver un color desde el lugar de otro. Es quien observa el amarillo desde el rojo para poder encontrarle un sentido inesperado.
Nos invita a seguirlo. Nos enseña esa antigua y hermosa casa donde sus pinceladas han viajado por ventanas, puertas, muebles, e incluso por la licuadora, el televisor y la cocina.
—El tiempo del deseo y el de los quehaceres no se fusionan. Aquí hay una distancia abismal que no se corresponde, por eso es esencial la soledad para el artista. Yo soy un anacoreta, pero al mismo tiempo, imagino lo que está sucediendo afuera. Esa realidad es la residencia del hombre. Sin embargo hay gente que sólo se nutre de lo que vive, pero quien está encerrado puede producir aromas y colores que surgen del interior y que son más reales que la misma realidad; porque cuando las cosas están dadas hay que reinventarlas, la realidad hay que intervenirla, y esa es la crítica frente a lo que existe. Perdonen mi divagación... A veces me dicen que mi apellido viene de loco pero en verdad, en holandés, significa papel rasgado —dice sonriendo.
Con excesiva minucia Loochkartt observa nuestros libros de poemas y revistas que le hemos regalado y va realizando comentarios. En la sala vemos un retrato clásico de sus hijos gemelos, un pequeño Pegaso de bronce, un enorme arpón de hierro africano, una antigua cítara, y en el fondo cuadros de sus travestis alados.
—Vamos a comenzar con estas uvas y después acudiremos a su líquida alma —dice mientras se levanta para alcanzar una bandeja con un racimo que va desgajando en un acto que se convierte como en la ceremonia de unas manos acariciando un cuerpo—. El pan y el vino son los únicos inventos que verdaderamente me deslumbran. Han pasado miles de años desde que el hombre domesticó el trigo y la vid y no se ha inventado nada más importante.
Se queda pensativo y agrega:
—Ya se avizora un nuevo siglo, un nuevo milenio. Es extraño pensar en el transcurrir. Mi pintura es una mirada en el tiempo, creo que eso es suficiente... Me agrada imaginar que después del año 2.000 algún crítico obtuso cuestione algo sobre mi obra para poder decirle: su pregunta es anacrónica, eso lo hice en el milenio pasado. Ser un pintor no comercial no es una virginidad, es una virtud.
Loochkartt se ríe infantilmente. Luego propone que lo acompañemos al estudio. Decididos subimos por una estrecha escalera de caracol y nos encontramos en un altillo que posee una hermosa vista sobre el antiguo barrio. El pintor no cesa de reflexionar:
—Esta es una época decadente. Como los amigos se han ido de viaje en Internet ya uno nunca los encuentra. Es una Edad ignominiosa. Por ejemplo a Michael Jackson yo lo encerraría en una jaula, es el producto de cómo no debería ser el hombre. Se convirtió en un híbrido de todos los híbridos del mundo. Por eso me asusta más Jackson que Frankenstein. Estos son los monstruos del siglo XX, los jinetes del apocalipsis; y como todo se está desmoronando y uno no sabe lo que pasará, el 31 de diciembre del 2000, frente a esta casa trazaré una raya en el piso, y cuando sean las doce de la noche saltaré al otro lado diciendo que soy un hombre del siglo XXI y todo estará arreglado. Diré también que todos mis amigos son del siglo pasado; por eso ahora firmo mis cuadros: Pintor al borde del siglo XXI.

Pintura en el tiempo
—Yo le digo a mis estudiantes que la pintura es como la idea del jabalí móvil, le disparas pero no hay que matarlo, porque si lo matas estás muerto. Sobre una misma idea, construyes todas las ideas. Por eso en pintura no se murieron las flores, las frutas no son un tema menor, por eso no se acabó la fotografía del desnudo. En lo más trajinado está la revelación de la obra. El pintor Abullarach ha trabajado toda la vida sobre el arco superciliar y allí hay un universo, una totalidad.
—¿Es una deliciosa perversión pintar ángeles con forma de travesti?
—Yo soy un hombre de la noche, un pintor lunar; siento que la noche me atrapa mientras pinto y lo hago en forma compulsiva hasta ver estrellas verdes en el lienzo; por eso no soporto la cama para el ocio. Yo solamente la utilizo para soñar o para otro tipo de compromisos intensos que no tienen nada que ver con perder el tiempo.
—¿Lo alteran los meandros que comunican todas las artes?
—Para mí Kandinsky pintaba música, esto como ejemplo para reflexionar sobre los vasos comunicantes que existen entre todas las artes. La pintura vive y está en la poesía; la poesía está en la música y así sucesivamente. Aunque en la vida he tomado un camino del cual es difícil salirse, de pronto algo me ilumina y escribo. Tengo un libro de poesía que se titula A los ángeles digo que Omar Rayo quiere publicar en su colección de Roldanillo.
—¿Siempre estuvo obsesionado por los ángeles?
—Sí, hasta que se pusieron de moda. Mi nombre me predestinó. Por otra parte yo detesto las aves, nunca las como. Los únicos seres voladores que me gustan son los ángeles... Amo los seres evanescentes, las formas enigmáticas del universo femenino. La luz de una mujer siempre se te escapa y aquello duele. Cuando una persona quiere herirte debes preguntarte: «¿Por qué has fallado?, ¿por qué no diste en el blanco?» De modo recíproco cuando una figura dulce te hospeda en su interior debes proclamarle: «No sabía quién era hasta que te conocí», y agradecer ese alto reconocimiento. Sólo en el amor podemos ver nuestro rostro verdadero, aunque sea por un segundo, por una respiración.
—Según el Antiguo Testamento el amor inventó la muerte, el deseo nos liberó de la tediosa inmortalidad...
—El amor no está en el fuego como dijo Neruda, ni en el rescoldo, que es más misterioso, sino desgraciadamente para muchos habita en la ceniza. Es decir que es una devastadora evasión. Yo perdonaría a alguien que me mintiera amándome, ¡allá yo! Pero no a quien me ofrece sentimientos falaces. En cuanto a la inmortalidad sospecho que debe ser insoportable sin algunos seres que con su calidez y su poesía la tornarían fugaz. Creo que en el amor y la amistad es donde radica la más convincente eternidad del ser humano, porque cuando alguien se extingue quedan estrellas iluminadas, flores protegidas por manos cómplices; con esto digo que es muy difícil desaparecer, mientras existan los amigos.
En su estudio rodeado de ventanales, Loochkartt nos va mostrando cuadro por cuadro la serie de las mujeres etruscas. Nos habla de la decisión de su forma ovalada para semejar el espejo. Nos dice que la pintura no debe ser simplemente imagen en el espacio sino en el tiempo. Que es posible que una doncella etrusca se hubiera contemplado hace más de dos mil años como en sus óleos. El piso traquea. Observamos el antiguo caballete donde a diario Loochkartt plasma sus fantasmas. Admiramos la línea poderosa e inconfundible que anima sus dibujos, el desatado color que invade sus lienzos. Su pincelada que llueve sobre la tela. Vemos en un cofre centenares de corchos de botellas de vino, tapas de óleos e innumerables tubos de pintura desocupados con los cuales se propone hacer una colorida instalación.
—Escucho música mientras pinto. A veces afino mi imaginación con Celia Cruz, Totó la Momposina o con Chopin... quien a propósito cuando invitaba a sus amigos a casa los deleitaba con una o dos de sus composiciones y luego bebía hasta claudicar. Entonces George Sand lo llevaba a su habitación y lo desnudaba para asediarlo dos o tres veces en la noche... Y este genio delicado no podía recobrarse al componer sus Polonesas para enfrentar a la amazona. Me gustaría pintar alguna de sus Polonesas... Pero sin la Sand... Algún día hallaré la forma...
—Confía más en el desequilibrio que en la armonía…
—Toda armonía tiene su intruso. Una sombra siempre rinde homenaje a la luz. Es necesario que la nube visite al sol…
—¿Cree que el despojamiento enriquece como los budistas?
—Opino que debemos perder para ser y si no encontramos nuestro antagonista habremos hablado en vano.



Los espejos etruscos
—Esta es una ciudad apabullada, por eso uno se va reduciendo, se va aislando y sólo puede disfrutar de ciertos espacios para hablar con los amigos. Cuando se bebe alcohol, o se consume coca, láudano o yagé, se hace para sentirse bien y según el efecto se habla o se calla, pero siempre se hace para conocerse, ser mejor, no para alcanzar una locura estéril, sino para dialogar con los dioses. Estas experiencias no deben manifestar las cosas reprimidas, sino llevarnos a vivir un acto florido, el magnetismo de compartir, de halagarse, de disfrutar. Un hombre debe ser lo que es hasta en lo más profundo de su inconsciente. Allí está la esencia pura del hombre.
Loochkartt sentado en una sillita sintoniza una pequeña grabadora mientras dice que las emisoras de música clásica son afónicas. Luego explica su pintura:
—Estos cuadros surgen de la exploración de la cultura Etrusca del siglo V de Pericles. En esa época aparecieron una serie de emigraciones de colonias griegas hacia el occidente de Italia donde se instalaron. Esta era una cultura de la mujer, en verdad matriarcal... Y es lo que he pintado. Quiero jugar a presentar lo que ellas podrían ver en los espejos... En esta serie de mujeres el espectador ve algunas escenas de las damas etruscas atrapadas en su imagen, por eso cambié el formato de los cuadros hacia una forma circular, y los enmarcaré con un mango que simule un verdadero espejo.
—¿Está de acuerdo con ese personaje del cuento de Borges que dice: la cópula y los espejos son abominables porque reproducen el número de los hombres?
—No, porque ensimismarse en la cópula y en los espejos permite ver todas las dimensiones del ser y causa asombro. Yo tenía una alumna que se llamaba Helena, era una mujer hermosa que poseía una melena de leona, y siempre llegaba a clase llorando; un día le dije: «Si sigues así me vas a matar ¿por qué no vas a tu casa, te desnudas y te miras en un espejo del tamaño de tu cuerpo, te contemplas y te descubres, para que entiendas la importancia del ser que eres?» Ella lo hizo. Y desde entonces comprendió que allí estaba la curación. Recuerdo que cuando era niño leía todos los comics, y Mandrake al ser asediado por Narda, se metía en el espejo y desaparecía. ¡Qué maravillosos son los espejos!
De nuevo nos conduce hacia el primer piso por esas estrechas escaleras de madera espiraladas, donde entre caballetes vimos canastos con frutas secas, flores marchitas, bodegones con sandías de carne y peces alucinados, cuadros de Congos del Carnaval de Barranquilla y el pequeño lienzo de una prosti titulado "Pepita coqueteando".
—Una cosa que me molesta —divaga—, es esa prepotencia de la persona que cree que es culta y muy inteligente; este hecho lo he soportado en algunas ocasiones, y por tanto cuando me presentan a alguien con esas características prefiero decir: «Yo soy Ángel Loochkartt y soy bruto, el más idiota; en mi casa los inteligentes son mis perros».
Ya de nuevo en la sala principal, escuchando la música de Jorge Negrete y acompañados con una pequeña y hermosa guitarra que el pintor tañía con destreza, nos dedicamos a cantar, a hablar de los colores que lo perseguían, a comentar ciertas piezas musicales, «pues si no hubiera sido pintor habría sido serenatero, pero el mejor», comenta, y seguimos libando, disfrutando la noche y hablando del amor hasta el cansancio.
—¿Cómo fue su experiencia en la mítica Cueva en Barranquilla, en ese dionisiaco espacio que convocó a García Márquez, Cepeda, Obregón y tantos artistas en los años cincuenta?
—Allí supe lo próximo que está de todo hombre el amanecer. Los amigos siempre poblaban la noche haciéndola fugaz. Recuerdo que una vez Alejandro Obregón quien era casi invencible apostando pulsos y presumía del poder de sus brazos me retó y le propiné una inolvidable derrota. Confundido propuso otro duelo con la mano izquierda y lo vencí igualmente. Los bohemios hicieron un cerco alrededor alentándolo para que propusiera otro desafío. Las apuestas crecían. Por último terminamos disputando pulsos con los codos sobre las sillas, sobre la barra, sobre el piso, y siempre salí victorioso, pero la vida tiene unos extraños equilibrios. Años después durante una tempestad mi auto terminó bloqueado por el poder de las aguas, hecho muy frecuente en Barranquilla que ha creado la costumbre surrealista de atar los carros a los postes con lazos como si fuesen caballos, y ante mi desesperación al ver que el agua comenzaba a entrar por la ventana quedé atemorizado sin poder reaccionar, pero en ese preciso momento apareció Alejandro con una horda de bohemios que venían desde la noche anterior y entre todos levantaron mi pequeño auto, conmigo adentro, y lo entronizaron sobre un andén a salvo de las aguas. Ese día no sólo debí perder los sucesivos pulsos a los que fui retado por esa bestia apocalíptica sino cancelar toda la cuenta a Eduardo Vilá, en agradecimiento con ese pintor tan querido que hizo de su pincelada un relámpago.
Los brindis se sucedían. Loochkartt habló de su vivencia en Roma donde era vecino de una consumada erotómana, que cuando tenía un encuentro febril, para mantener su reputación aparecía en la puerta de su apartamento con una maleta vacía diciéndole que saldría de viaje. Él contribuía con el simulacro, deseándole suerte en su periplo, pero sabía que esa noche no podría dormir, víctima de los graves acentos orgiásticos desarrollados en el apartamento contiguo. «Italia es de un libertinaje subterráneo», infirió.
El licor llega a su fin. Los perros ladran a la luna. Nos vamos despidiendo lentamente y entonces lo escuchamos decir:
—Cuando nos volvamos a encontrar, aunque pasen varios meses, procuremos que no se sienta la ausencia… Recuerdo que un día el maestro Jorge Elías Triana desapareció de su casa por 15 años y como si hubiera partido el día anterior, retornó un mediodía diciendo: «¿Hola, cómo les va? ¿Ya está el almuerzo?»
Bajamos caminando por la noche bulliciosa de la Candelaria. Evocando momentos que escribiríamos de la entrevista, recordando fragmentos de esa comunión con lo humano, festejando los hallazgos de su obra pictórica y pensando que un verdadero ritual puede poner en entredicho al tiempo.
Por eso hoy, dos años después de esta inolvidable visita, llegamos a su casa como si los relojes se hubiesen detenido. Nos abre la puerta la misma mujer lánguida, corretean los perros, luego arriba Loochkartt como descendiendo de sus óleos y celebra efusivamente nuestra aparición. Y nosotros como si nos hubiéramos visto ayer, como si el tiempo hubiese sido burlado, preguntamos con felicidad por el almuerzo.
—Pintor es aquel que destruye el color blanco... Quien esconde un matiz para que nadie pueda hallarlo… —dice invitándonos a la sala mientras pide que nos traigan uvas, y exaltado agrega—: ¿Nunca les conté cuando en Roma con un grupo de pintores ebrios le dábamos serenata al Papa y nos bañábamos desnudos en la Fontana de Trevi? ¡Sólo el artista vuelve de la locura con sus hallazgos, sólo él puede encontrar en las tinieblas!
(Bogotá, agosto de 1998)